Via della Croce
Fabrizio De André
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"Poterti smembrare coi denti e le mani,
sapere i tuoi occhi bevuti dai cani,
di morire in croce puoi essere grato
a un brav'uomo di nome Pilato."
Ben più della morte che oggi ti vuole,
t'uccide il veleno di queste parole:
le voci dei padri di quei neonati,
da Erode per te trucidati.
Nel lugubre scherno degli abiti nuovi
misurano a gocce il dolore che provi;
trent'anni hanno atteso col fegato in mano,
i rantoli d'un ciarlatano.
Si muovono curve le vedove in testa,
per loro non è un pomeriggio di festa;
si serran le vesti sugli occhi e sul cuore
ma filtra dai veli il dolore:
fedeli umiliate da un credo inumano
che le volle schiave già prima di Abramo,
con riconoscenza ora soffron la pena
di chi perdonò a Maddalena,
di chi con un gesto soltanto fraterno
una nuova indulgenza insegnò al Padreterno,
e guardano in alto, trafitti dal sole,
gli spasimi d'un redentore.
Confusi alla folla ti seguono muti,
sgomenti al pensiero che tu li saluti:
"A redimere il mondo" gli serve pensare,
il tuo sangue può certo bastare.
La semineranno per mare e per terra
tra boschi e città la tua buona novella,
ma questo domani, con fede migliore,
stasera è più forte il terrore.
Nessuno di loro ti grida un addio
per esser scoperto cugino di Dio:
gli apostoli han chiuso le gole alla voce,
fratello che sanguini in croce.
Han volti distesi, già inclini al perdono,
ormai che han veduto il tuo sangue di uomo
fregiarti le membra di rivoli viola,
incapace di nuocere ancora.
Il potere vestito d'umana sembianza,
ormai ti considera morto abbastanza
e già volge lo sguardo a spiar le intenzioni
degli umili, degli straccioni.
Ma gli occhi dei poveri piangono altrove,
non sono venuti a esibire un dolore
che alla via della croce ha proibito l'ingresso
a chi ti ama come se stesso.
Sono pallidi al volto, scavati al torace,
non hanno la faccia di chi si compiace
dei gesti che ormai ti propone il dolore,
eppure hanno un posto d'onore.
Non hanno negli occhi scintille di pena.
Non sono stupiti a vederti la schiena
piegata dal legno che a stento trascini,
eppure ti stanno vicini.
Perdonali se non ti lasciano solo,
se sanno morir sulla croce anche loro,
a piangerli sotto non han che le madri,
in fondo, son solo due ladri
CAMINO DE LA CRUZ
«Poder desmembrarte con dientes y manos,
saber que tus ojos han bebido los perros
por morir en la cruz puedes dar gracias
a un buen hombre de nombre Pilatos».
Más que la muerte que hoy te busca
te mata el veneno de éstas palabras:
las voces de los padres de aquellos neonatos,
a mano de Herodes, por ti, asesinados.
En el lúgubre escarnio de los hábitos nuevos
miden gota a gota el dolor que sientes;
treinta años han esperado con el hígado en mano,
los estertores de un charlatán.
Se mueven encorvadas las viudas en cabeza,
para ellas no es una tarde de fiesta;
se aprietan las ropas sobre ojos y pecho
pero se filtra entre velos el dolor:
fieles humilladas por un credo inhumano
que las quiere esclavas desde ya antes de Abraham,
con gratitud ahora sufren la pena
de quien perdonó a Magdalena,
de quien con un gesto solo fraterno
una nueva indulgencia enseñó al Padre Eterno,
y miran en alto, atravesados por el sol,
los espasmos de un redentor.
Escondidos entre la plebe te siguen mudos,
asustados pensando que puedas saludarlos:
«Para redimir al mundo» -les basta pensar-
«tu sangre puede seguro bastar».
La sembrarán por mar y por tierra
entre bosques y ciudades tu buena nueva,
pero esto mañana, con una fe mejor,
esta noche es más fuerte el terror.
Ninguno de ellos te grita un adiós
por no revelarse primo de Dios:
los apóstoles han cerrado su garganta a la voz,
hermano que sangras en la cruz.
Tienen rostro relajado, ya proclive al perdón,
ahora que ya han visto tu sangre de hombre
adornando tus miembros con hilos violeta,
incapaz ya de hacer daño.
El poder vestido de humana semblanza,
te considera ahora ya bastante muerto
y vuelve la mirada a espiar las intenciones
de los humildes, de los harapientos.
Mas los ojos de los pobres lloran ajenos,
no han venido a exhibir un dolor
que en la vía de la cruz ha prohibido la entrada
a quien te ama como a sí mismo.
Tienen pálido el rostro, hundido el pecho,
no tienen cara de estar satisfechos
con los gestos que ahora te provoca el dolor,
sin embargo tienen un puesto de honor.
No brillan en sus ojos chispas de pena.
No están asombrados al verte la espalda
plegada bajo el madero que con esfuerzo trajinas,
sin embargo están cerca de ti.
Perdónales si no te dejan solo,
si saben morir en la cruz también ellos,
para llorarles debajo solo sus madres,
en el fondo, son solo dos ladrones.
by Mercedes Sanchez Marco